Por Josefina Correa Téllez
¿Por qué practicamos yoga? ¿Qué queremos encontrar en la práctica? ¿Qué buscamos en nosotros a través de ella?
La mayoría de nosotros ha comenzado a practicar yoga por algún tipo de búsqueda. En general se trata de asuntos bien concretos: nos queremos sanar de alguna lesión o enfermedad, probamos distintos tipos de terapias y decidimos intentar con yoga, alguien nos dijo que su vida cambió después de ir a clases, queremos enfrentar una depresión o cierto malestar emocional, porque buscamos bienestar en general o necesitamos un cambio en el estilo de vida; otras veces, llegamos por una inquietud o una curiosidad sin nombre, porque “algo” nos dice que en la práctica de yoga podemos desvelar cierto enigma sobre nosotros, responder inquietudes profundas que no encuentran palabras, dar sentido a ese sentimiento inespecífico que a veces nos quita el sueño. Y es que el yoga pareciera ser capaz de responder a todas estas cosas: una lesión de hombro o rodilla, una depresión o un duelo, una enfermedad crónica o preguntas existenciales tales como quién soy, qué hago aquí, qué quiero de mi vida, cómo atravieso este momento. Todas ellas son búsquedas, vías de acceso que nos acercan de modo intuitivo a un “algo” que nos señala el yoga. ¿Qué tiene de mistérico, de esperanzador, de magnético que nos atrae? ¿A que nos abre el yoga?
Lo que no siempre sabemos al empezar a tomar clases, es que esta práctica de posturas que hoy se conoce como yoga, es en realidad un campo mucho más vasto del que podemos imaginar. La palabra yoga hoy día se asocia comúnmente –sobre todo en el mundo occidental—a una ejecución de formas físicas que nos aportan algún tipo de bienestar físico, mental, emocional, cuyo potencial terapéutico nos ayuda a vivir con lesiones, enfermedades y condiciones físicas y psicológicas diversas. Durante los últimos sesenta años se ha desarrollado y diversificado en distintas escuelas, metodologías, y aproximaciones. Cierto es, también, que el yoga como cualquier otro fenómeno cultural actual, ha sido presa de la lógica de mercado global: es hoy, también, una disciplina de consumo rápido que se “explota” como un culto a la imagen según los cánones impuestos en las distintas redes sociales y medios de comunicación. No podemos desconocer todas las aristas de la disciplina a la que nos abocamos, y tampoco los diferentes beneficios que trae consigo su práctica constante. Sin embargo ¿es el yoga sólo una práctica física?
La verdad es que la ejecución de asanas (posturas) es sólo una pequeña parte de lo que el yoga como filosofía y como camino de desarrollo mental y espiritual nos propone. Se trata tanto de una filosofía práctica como de una práctica espiritual y una técnica orientada a la liberación del sufrimiento, que tiene casi tres mil años de antigüedad y que constituye un saber fundamental de la India. Fue compilado de manera escrita por el sabio Patañjali en el siglo II o III a.C en su tratado Yoga-Sutras. Los sutras son aforismos o frases breves que condensan sabiduría profunda y que son necesarios de interpretar, decodificar y actualizar en cada momento histórico. Están escritos en sánscrito, una de las lenguas indoeuropeas más antiguas que han sido documentadas. A lo largo de los siglos y hasta nuestra época, estos 196 sutras han tenido diversas lecturas, entre los cuales B.K.S. Iyengar –nuestro maestro—es uno de sus intérpretes contemporáneos.
Según Patañjali, yoga es citta vrtti nirodah, que en términos generales se ha traducido como el control o el aquietamiento de las fluctuaciones o movimientos de la mente (citta). Para simplificar, se ha traducido citta por “mente”, pero es una traducción equívoca. Citta es un complejo mental, un “órgano interno” que engloba y articula distintos aspectos (ego, mente, inteligencia, memoria, identidades, sentimientos, tendencias, psique, emociones, deseos, corporalidad, etc.). Los Yoga-sutras nos muestran los distintos modos en que este complejo-mental u órgano interno funciona, nos “atrapa” y nos arroja al sufrimiento, pero también nos enseña las maneras en que podemos identificar dichos patrones de funcionamiento para aquietar o controlar sus juegos. El fin último es la liberación o emancipación (Samadhi), tema que abordaremos en una próxima reflexión.
La práctica de asanas (posturas) es una de las maneras en que podemos acercarnos a los movimientos de citta. Podríamos entenderlas como herramientas o “tecnologías” del cuerpo que nos permiten observar y experimentar in situ la manera en que la mente opera, hacernos conscientes de los patrones mentales que muchas veces ignoramos e intentar modificarlos. Como dice Prashant Iyengar, las asanas “son del cuerpo para la citta”. De acuerdo a esto, el yoga no tiene como finalidad última el desarrollo de una práctica física. A partir de las yogasanas y las distintas técnicas desde las cuales las abordamos y construimos, es posible una búsqueda personal de sensibilización para un entendimiento cada vez más profundo de las distintas capas involucradas en su ejecución (físicas, orgánicas, psicológicas, cognitivas, emocionales, espirituales, por nombrar algunas). Las posturas de yoga podrían entenderse como una suerte de campo de exploración, un laboratorio en que nos observamos e intentamos ser conscientes de nuestro cuerpo-mente, aprendiendo a identificar sus operaciones y desarrollar una mayor atención y discernimiento.
¿Qué nos propone el yoga? ¿Cuál es el “viaje” al que nos embarca? Filosofía práctica o práctica espiritual son palabras que muchas veces nos suenan ajenas, lejanas de la vida cotidiana con sus quehaceres y rutinas. Parece algo muy complejo. Pero entender esta tradición filosófica y espiritual es crucial incluso si pensamos que nuestro objetivo es algo “concreto” y “simple” como mejorarnos de una lesión de rodilla o mantener nuestra columna sana. Esto, pues la perspectiva y la capacidad de observación que tenemos que desarrollar al enfrentar el dolor físico desde el yoga nos exige y expone a nosotros-frente-al-dolor y las maneras en que reaccionamos, lo rehuimos, el modo en que modifica nuestro estado de ánimo, las trampas que nos hacemos, los acomodos físicos y mentales para enfrentarlo o evitarlo, etc. Y esto vale tanto para el dolor físico como para cualquier otro tipo de dolor, pesar, cuestionamiento, inquietud o incluso para el goce, la conformidad, la felicidad. La auto-observación consciente, el desarrollo de la precisión, de la atención, la capacidad de “hacerse cargo” de lo grueso y lo sutil que nos pertenece, es parte de lo que Patañjali nos muestra en los Yoga-sutras.
Y si nuestro objetivo es conocernos de manera profunda y transformarnos de modo radical, entonces no hay excusas: si estamos dispuestos a cuestionarnos y quedar al desnudo frente a nosotros mismos, el preguntarse por qué practico yoga, qué estoy buscando en la práctica, nos zambulle directamente en nuestro cuerpo-mente y nos orienta hacia una práctica filosófico-espiritual del asana. Pero que no se malentienda: espiritual no es religión o dogma; filosofía no es tan solo un campo “elevado” y difícil del conocimiento. Todo lo contrario:
Una filosofía práctica y una práctica espiritual son, fundamentalmente, el desarrollo cotidiano de la propia y humana capacidad de ser reflexivos sobre nuestras acciones, nuestras vidas, nuestros propósitos; es la capacidad que todos tenemos de conectar los asuntos más concretos y básicos del día a día con las preguntas trascendentales de la propia existencia. Filosofía y espiritualidad nos llevan desde los actos más sencillos, desde nuestro aquí y ahora, a las búsquedas existenciales de vida y muerte, de todo y nada; nos enfrentan a nuestra humana relación con el tiempo, con el espacio, con la memoria, con la historia; nos hacen pensar en nuestra vida finita y de su final incierto, pero que nos exige y arroja a “resolver” a cada momento lo evidente y lo sutil. Se trata de ser sensibles, conscientes de lo que pensamos, decimos y hacemos. “Controlar o aquietar las fluctuaciones de la mente” parece simple cuando se nombra. Sin embargo este camino de observar, identificar, discernir y modificar las fluctuaciones de la mente es largo, escarpado y en zigzag. Es tal vez el camino más difícil y digno que todo ser humano puede emprender, pues se trata de cuestionar los hábitos y condicionamientos a través de los que conducimos nuestras vidas, a fin de cuentas, de buscar la propia autonomía y emancipación.